· Guía Espiritual · Proemio ·


                                                                   
                              · Proemio ·
                                                                           ·
                                                                 Advertencia I
                                                                          ·
De dos modos se puede ir a Dios: el primero por meditación y discurso; el segundo, por pura fe y contemplación. 

1. Dos modos hay de ir a Dios, uno por consideración y discurso, y otro por pureza de fe, noticia indistinta, general y confusa. El primero se llama meditación; el segundo, recogimiento interior o adquirida contemplación. El primero es de principiantes, el segundo de aprovechados. El primero es sensible y material, el segundo es más desnudo, puro e interior.

2. Cuando el alma está ya habituada a discurrir en los misterios, juntándose con la imaginativa y usando de imágenes corporales, siendo traída de criatura en criatura y de noticia en noticia (teniéndola muy corta de lo que desea) y de éstas al Criador, entonces la suele coger Dios de la mano (si no es que la llame a los principios y la introduzca sin discurso por el camino de la pura fe) y haciendo que deje atrás el entendimiento todas las consideraciones y discursos, la adelanta y saca de aquel estado sensible y material, y hace que debajo de una simple y oscura noticia de fe aspire sólo con las alas del amor a su esposo, sin que tenga ya necesidad para amarle de las persuasiones e informaciones del entendimiento, porque de ese modo sería muy corto su amor, muy pendiente de las criaturas, muy a gotas, y ésas, caídas a pausas y despacio.

3. Cuanto menos pendiere de criaturas y más estribare en sólo Dios y su secreta enseñanza, mediante la fe pura, más firme, durable y fuerte será el amor. Después que ya el alma ha adquirido la noticia que la pueden dar todas las meditaciones e imágenes corporales de las criaturas, si ya el Señor la saca de ese estado, privándola del discurso, dejándola en la divina tiniebla para que camine por el camino derecho y fe pura, déjese guiar y no quiera amar con la escasez y cortedad que ellas le informan, sino suponga que es nada cuanto todo el mundo y los más delicados conceptos de los entendimientos más sabios la pueden decir, y que la bondad y hermosura de su amado excede infinitamente a todo su saber, persuadiéndose que todas las criaturas son muy bozales para informarla y traerla al verdadero conocimiento de su Dios.

4. Debe, pues, pasar adelante con su amor, dejándose atrás todo su entender. Ame a Dios como es en sí, y no como se lo dice y forma su imaginación; y si no lo puede conocer como es en sí, ámelo sin conocerlo debajo de los velos oscuros de la fe; de la manera que un hijo que nunca ha visto a su padre, por lo que de él le han informado, a quien da todo crédito, le ama como si ya le hubiese visto.

5. El alma a quien se le ha quitado el discurso debe no violentarse ni buscar por fuerza noticia más clara o particular, sino sin yugos, ni arrimos de consuelos o noticias sensibles, con pobreza de espíritu y vacío de todo lo que su apetito natural le pide, estar quieta, firme y constante, dejando obrar al Señor, aunque se vea sola, seca y llena de tinieblas, que si bien le parecerá ociosidad, es sólo de su sensible y material actividad, no de la de Dios, el cual está obrando en ella la ciencia verdadera. Finalmente, tanto cuanto más sube el espíritu, tanto más se desarrima de lo sensible. Muchas son las almas que han llegado y llegan a esta puerta, pero pocas las que han pasado y pasan por falta de experimentada guía; y las que la tienen y han tenido, por no sujetarse con verdadero y total rendimiento.

6. Dirán que no amará la voluntad, sino que estará ociosa, si el entendimiento no entiende distinta y claramente; porque es asentado principio que no se puede amar sino lo que se conoce. A esto se responde que aunque el entendimiento no conoce distintamente, por discurso, imágenes y consideraciones, entiende y conoce por la fe oscura, general y confusa, cuyo conocimiento, aunque tan oscuro, indistinto y general, como es sobrenatural, es más claro y perfecto conocimiento de Dios que cualquiera noticia sensible y particular que en esta vida se puede formar, porque toda imagen corporal y sensible dista de Dios infinitamente.

7. Más perfectamente, dice San Dionisio, conocemos a Dios por negaciones que por afirmaciones. Más altamente sentimos de Dios conociendo que es incomprensible y sobre todo nuestro entender, que concibiéndole debajo de alguna imagen y hermosura criada, que es entenderle a nuestro modo tosco (Mistica Theolog. 1, 2). Luego más estima y amor se engendrará de este modo confuso, oscuro y negativo, que de otro cualquiera sensible y distinto; porque aquél es más propio de Dios y desnudo de criaturas, y éste, por el contrario, cuanto más depende de criaturas tanto, menos tiene de Dios.


                                                               Advertencia II

                         En qué se diferencia la meditación de la contemplación

8. Dice San Juan Damasceno, y otros santos, que la oración es una subida o levantamiento del entendimiento en Dios (De fide, lib. 3, cap. 24). Es Dios superior a todas las criaturas y no puede el alma mirarle y tratar con él, sino levantándose sobre todas ellas. Este amigable trato que el alma tiene con Dios, que es la oración, se divide en meditación y contemplación.

9. Cuando el entendimiento considera los misterios de nuestra santa fe con atención para conocer sus verdades, discurriendo sus particularidades y ponderando sus circunstancias para mover los afectos en la voluntad, este discurso y piadoso afecto se llama propiamente meditación.

10. Cuando ya el alma conoce la verdad (ora sea por el hábito que ha adquirido con los discursos o porque el Señor le ha dado particular luz) y tiene fijos los ojos del entendimiento en la sobredicha verdad, mirándola sencillamente, con quietud, sosiego y silencio, sin tener necesidad de consideraciones ni discursos ni otras pruebas para convencerse, y la voluntad la está amando, admirándose y gozándose en ella, ésta se llama propiamente oración de fe, oración de quietud, recogimiento interior o contemplación.

11. La cual dice Santo Tomás, y todos los maestros místicos, que es una vista sencilla, suave y quieta de la eterna verdad, sin discurso ni reflexión (2.2. q. 180, arto 3.° y 4.°). Pero si se alegra o mira los efectos de Dios en las criaturas; y entre ellas en la humanidad de Cristo Señor nuestro como más perfecta de todas, ésta no es perfecta contemplación, según aprueba Santo Tomás (allí mismo), pues todas ellas son medios para conocer a Dios como es en sí, y aunque la humanidad de Cristo nuestro Señor es el medio más santo y más perfecto para ir a Dios y el supremo instrumento de nuestra salud y la canal por donde recibimos todo el bien que esperamos, con todo esto la humanidad no es el sumo bien, el cual consiste en ver a Dios, pero como Jesucristo es más por su divinidad que por su humanidad, así el que piensa y mira siempre a Dios (como la divinidad está unida a la humanidad) siempre mira y piensa en Jesucristo, mayormente el contemplativo, en quien la fe es más sencilla, pura y ejercitada.

12. Siempre que se alcanza el fin cesan los medios, y llegando al puerto la navegación. Así el alma, si después de haberse fatigado por medio de la meditación, llega a la quietud, sosiego y reposo de la contemplación, debe entonces cercenar los discursos y reposar quieta, con una atención amorosa y sencilla vista de Dios, mirándole y amándole, y desechando con suavidad todas las imaginaciones que se le ofrecen, quietando el entendimiento en aquella divina presencia, recogiendo la memoria, fijándola toda en Dios, contentándose con el conocimiento general y confuso que de él tiene por la fe, aplicando toda la voluntad en amarle, donde estriba todo el fruto.

13. Dice San Dionisio: En cuanto a vos, carísimo Timoteo, aplicándoos seriamente a las místicas especulaciones, dejad los sentidos y las operaciones del entendimiento, todos los objetos sensibles e inteligibles, y universalmente todas las cosas que son y las que no son, y en una manera no conocida e inefable, en cuanto al hombre es posible, levantaos a la unión de aquel que es sobre toda naturaleza y conocimiento (Mistica Theolog.). Hasta aquí el Santo.

14. Luego importa dejar todo el ser criado, todo lo que es sensible, todo lo que es inteligible y afectivo, y finalmente todo aquello que es y lo que no es, para arrojarse en el amoroso seno de Dios, que él nos volverá todo lo que habemos dejado, acompañado de fortaleza y eficacia para amarle más ardientemente, cuyo amor nos mantendrá dentro de este santo y bienaventurado silencio, que vale más que todos los actos juntos. Dice Santo Tomás: Es muy poco lo que el entendimiento puede alcanzar de Dios en esta vida, pero es mucho lo que la voluntad puede amar (1, 2, q. 27, arto 2).

15. Cuando el alma llega a este estado, debe recogerse toda dentro de sí misma, en su puro y hondo centro, donde está la imagen de Dios: allí la atención amorosa, el silencio, el olvido de todas las cosas, la aplicación de la voluntad con perfecta resignación, escuchando y tratando con él tan a solas como si en todo el mundo no hubiese más que los dos.

16. Con justa razón dicen los santos que la meditación obra con trabajo y con fruto; la contemplación sin trabajo, con sosiego, paz, deleite y mucho mayor fruto. La meditación siembra y la contemplación coge; la meditación busca y la contemplación halla; la meditación rumia el manjar, la contemplación le gusta y se sustenta con él.

17. Todo lo dijo el místico Bernardo [de Claraval] sobre aquellas palabras del Salvador: Quaerite et invenietis, pulsate, et aperietur vobis. Lectio apponit ori solidum cibum, meditatio frangit, oratio saporem conciliat, contemplatio est ipsa dulcedo, quae iucundat, et reficit (De scala claustralium) [Buscad y hallaréis, golpead y se os abrirá. La lectura pone ante la boca alimento solido, la contemplación lo desmenuza, la oración proporciona su sabor, la meditación es la dulzura misma, que alegra y restablece (La Escala de los Monjes)]*. Con esto se declara qué sea meditación y contemplación, y la diferencia que hay entre las dos.


                                                                  Advertencia III

En qué se diferencia la contemplación adquirida y activa de la infusa y pasiva, y se ponen las señales por donde se conocerá cuándo quiere Dios pasar al alma de la meditación a la contemplación

18. Hay también dos maneras de contemplación, una imperfecta, activa y adquirida, otra infusa y pasiva. La activa (de la cual se ha hablado hasta ahora) es aquella que se puede alcanzar con nuestra diligencia, ayudados de la divina gracia; recogiendo las potencias, y sentidos, preparándonos para todo lo que Dios quisiere. Así lo dicen Rojas (Vit. spirit., cap. 19) y Arnaya (Confes., 47).

19. Encarga San Bernardo esta activa contemplación, hablando sobre aquellas palabras: Audiam quid loquatur in me Deus (Psal. 84) [Oiré qué dice Dios en mí. (Salmo 84)]. Y dice: Optimam partem elegit Maria, licet non minoris (fortasse) meriti sit apud Deum humilis conversatio Marthae, sed de electione Maria laudatur, quoniam illa omnino (quoad nos spectat) eligenda, haec vera si iniungitur, patienter est toleranda [Maria eligió la mejor parte, aunque quizá el humilde trato de Marta no sea el menor merito ante Dios, sin embargo, en cuanto a la elección, Maria es alabada, porque aquella parte ha de ser absolutamente elegida; sin embargo, esta parte, si nos es impuesta, ha de ser tolerada pacientemente].

20. Encarga también Santo Tomás esta adquirida contemplación, con las siguientes palabras: Quanto hamo animam suam, vel alterius propinquius Deo coniungit, tanto sacrificium est Deo magis acceptum, unde magisacceptum est Deo, quod aliquis animam suam, et aliorum applicet contemplationi, quam actioni (2. 2. q. 182, arto 2) [Cuanto más une a Dios su alma el hombre o la de otro prójimo, tanto más agradable a Dios es el sacrificio; por tanto, es más agradable a Dios que uno aplique su alma o la de otros a la meditación que a la acción]. Palabras verdaderamente claras para cerrar la boca a los que condenan la adquirida contemplación.

21. Cuanto más el hombre propincuamente se llega a Dios o procura llegar su alma y la de otros, tanto es mayor y más acepto sacrificio para Dios, de donde se infiere (concluye el mismo Santo) que será en el hombre para Dios más agradable y acepta la aplicación de su alma y de las otras a la contemplación que a la acción. Ni se puede decir que hable aquí el Santo de la infusa contemplación, porque no está en mano del hombre aplicarse a la infusa, sino a la adquirida.

22. Aunque se dice que podemos nosotros introducirnos a la contemplación adquirida con la ayuda del Señor, con todo eso nadie de su motivo se ha de atrever a pasar del estado de meditación a éste sin consejo del experimentado director, el cual conocerá con claridad si es el alma llamada de Dios a este interior camino, o en falta del director, lo conocerá la misma alma por algún libro que trate de estas materias, enviado de la divina providencia para descubrir lo que sin conocer experimentaba dentro de su interior. Pero aunque se asegurara por la luz del libro a dejar la meditación por la quietud de la contemplación, siempre le quedará un ardiente deseo de ser más perfectamente instruida.

23. y para que lo sea en este punto, quiero darla las señales por donde conocerá esta vocación a la contemplación. La primera y principal es no poder meditar, y si medita es con notable inquietud y fatiga, mientras no provenga de la indisposición del cuerpo, ni desazón del natural, ni de humor melancólico, ni sequedad nacida de la falta de preparación.

24. Conoceráse que no es ninguna de estas faltas, sino vocación verdadera, cuando se le pasa un día, un mes y muchos meses sin poder discurrir en la oración. Llévala el Señor al alma por la contemplación (dice la Santa Madre Teresa) y queda el entendimiento muy inhabilitado para meditar en la pasión de Cristo, que como la meditación es todo buscar a Dios, como una vez se halla y queda acostumbrada el alma por obra de la voluntad a volverle a buscar, no quiere cansarse con el entendimiento (Moradas, 6, cap. 7). Hasta aquí la Santa.

25. La segunda señal es que, aunque le falta la devoción sensible, busca la soledad y huye la conversación. La tercera, que la lección de los espirituales libros le suele dar tedio, porque no le hablan de la interior suavidad que está dentro de su interior, sin que lo conozca. La cuarta, que si bien está privada del discurso, con todo esto se halla con propósito firme de perseverar en la oración. La quinta” que reconocerá un conocimiento grande y confusión de sí misma, aborreciendo la culpa y haciendo de Dios más alta estima.

26. La otra contemplación es perfecta e infusa, en la cual (como dice Santa Teresa) habla Dios al hombre, suspendiéndole el entendimiento y atajándole el pensamiento, y tomándole (como dicen) la palabra de la boca, que aunque quiera no puede hablar si no es con mucha pena. Entiende que sin ruido de palabras le está enseñando este divino Maestro, suspendiéndole las potencias, porque entonces antes dañarían que aprovecharían si obrasen. Gozan sin entender cómo gozan. Está el alma abrasándose en amor, y no entiende cómo ama; conoce que goza de lo que ama, y no sabe cómo lo goza; bien entiende que no es gozo, que alcanza el entendimiento a desearlo; abrázale la voluntad sin entender cómo, mas no pudiendo entender algo, ve que no es éste bien que se puede merecer con todos los trabajos que se pasen juntos por ganarle en la tierra. Es don del Señor de ella y del Cielo, que en fin da como quien es y a quien quiere y como quiere. En lo cual su Majestad es el que todo lo hace, que es obra suya sobre nuestro natural. (Camino de perfección, cap. 25.) Todo es de la Santa Madre. Por donde se infiere que esta contemplación perfecta es infusa, la cual da el Señor graciosamente a quien quiere.


                                                              Advertencia IV

Asunto de este libro, que es desarraigar la rebeldía de nuestra propia voluntad para alcanzar la interior paz

27. El camino de la interior paz es ajustarnos en todo con lo que la divina voluntad dispone: In omnibus debemus subjicere voluntatem nostram voluntati divinae, haec est enim pax voluntatis nostrae, ut sit per omnia conformis voluntati divinae (Hugo Cardinalis in Psal. 13) [En todo debemos someter nuestra voluntad a la voluntad divina; pues esto es la paz en nuestra voluntad: que sea en todo conforme a la voluntad divina. (Hugo Cardinalis en Salmo 13)]. Los que todo quieren que suceda y se haga conforme a su gusto no han llegado a conocer este camino (Viam pacis non cognoverunt, Psal. 13) [(No conocieron el camino
de la paz. Salmo 13)] ni quieren andar por él, y así viven una vida amarga y desabrida, siempre inquietos y alterados, sin encontrar con el camino de la paz, que es el de la total conformidad con la divina voluntad.

28. Esta conformidad es el yugo suave que nos introduce en la región de la paz y serenidad interior. Por donde conoceremos que la rebeldía de nuestra voluntad es la causa principal de nuestra inquietud y que por no sujetarnos al yugo suave de la divina, padecemos tantas turbaciones y desasosiegos. ¡Oh almas!, si rindiéramos nuestra voluntad a la divina y a todas sus disposiciones, ¡qué tranquilidad experimentaríamos, qué suave paz, qué serenidad interior, qué suma felicidad y remedo de la bienaventuranza! Este pues ha de ser el asunto de este libro; quiera el Señor darme la divina luz para descubrir las secretas sendas de este interior camino, y suma felicidad de la perfecta paz.


                                                                        Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Proemio



*Anotaciones [entre corchetes] realizadas por el autor de este blog.