· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo XI ·


                                           · Capítulo XI ·

        Cuándo y en qué cosas le importa más obedecer al alma interior


80. Para que sepas cuándo es más necesaria la obediencia, te quiero advertir que cuando más experimentares las horribles e inoportunas sugestiones del enemigo, cuando más padecieres las tinieblas, las angustias, las sequedades y desamparos, cuando más te vieres rodeada de tentaciones de ira, rabia, blasfemia, lujuria, maldición, tedio, desesperación, impaciencia y desolación, entonces es cuando más te conviene creer y obedecer al experimentado director, quietándote con su santo consejo para no dejarte llevar de la vehemente persuasión del enemigo, que te hará creer en la aflicción y grave desamparo que estás perdida, que eres aborrecida de Dios, que estás en su desgracia y que ya no aprovecha la obediencia.
81. Hallaráste circuida de penosos escrúpulos, de dolores, ansias, angustias, martirios, desconfianzas, desamparo de criaturas y molestias tan acerbas, que te parecerán inconsolables tus aflicciones e insuperables tus tormentos. ¡Oh, alma bendita, qué dichosa serás si crees a tu guía, si te sujetas y obedeces! Entonces caminas más segura por el secreto e interior camino de la noche oscura, aunque a ti te parecerá que vas errada, que eres peor que nunca, que no ves en tu alma sino abominaciones y señales de condenada.
82. Juzgarás con evidencia que estás espiritada y poseída del demonio, porque las señales de este interior ejercicio y horrible tribulación se equivocan con las de la invasión penosa de los espiritados y endemoniados. Cree entonces con firmeza a tu guía, porque en la obediencia está tu verdadera felicidad.
83. Estarás advertida que, en viendo el demonio que una alma en todo se niega y rinde a la obediencia de su director, hace desatar todo el infierno para impedirle este infinito bien y santo sacrificio. Suele envidioso y lleno de furor poner cizaña entre los dos, haciendo concebir al alma tedio, enojo, aversión, repugnancia, desconfianza y odio contra la guía, y tal vez se vale de su lengua para decirla muchos oprobios. Pero si ésta es experimentada se ríe de las sutiles acechanzas y diabólicas astucias. y aunque el demonio procura persuadir a las almas de este estado con varias sugestiones que no crean a su director, para que no le obedezcan ni pasen adelante, sin embargo pueden creer y creen lo que basta para obedecer, aunque sin propia satisfacción.
84. Pedirásle a tu guía una licencia o le comunicarás alguna recibida gracia; si al negarte la licencia o desvanecerte la gracia, porque no te ensoberbezcas, te apartas de su consejo y le dejas, es señal que fue falsa la gracia y que va arriesgado tu espíritu. Pero si crees y obedeces, aunque lo sientas vivamente, es señal de que estás viva y mal mortificada; pero te adelantarás con aquella violenta y rigurosa medicina, porque aunque la parte inferior se turbe y se resienta, la parte superior del alma la abraza y quiere ser humillada y mortificada porque sabe que ésta es la voluntad divina. y aunque tú no lo conoces, va creciendo en tu alma la satisfacción de la guía.
85. El medio para negar el amor propio y para deponer el propio juicio has de saber que es sujetarte en todo con verdadero rendimiento al consejo del espiritual médico. Si éste te impide lo que tú gustas o te manda lo que no deseas, luego se te ofrecen contra el santo consejo millares de razones falsas y aparentes, por donde se conoce que no está del todo mortificado tu espíritu ni ciego el juicio propio, enemigos capitales de la pronta y ciega obediencia y de la paz del alma.
86. Es necesario entonces que te venzas a ti misma, que superes los vivos sentimientos y que desprecies las falsas razones, obedeciendo, callando y ejerciendo el santo consejo, porque de esta manera se desarraigan el apetito y el juicio propio.
87. Por eso los antiguos padres, como experimentados maestros de espíritu, ejercitaban a sus discípulos con varios y extraordinarios modos: a unos les mandaban que plantasen las lechugas por las hojas, a otros que regasen los troncos secos y a otros que cosiesen y descosiesen muchas veces el hábito, todos ardides maravillosos y eficaces para probar la sencilla obediencia y cortar de raíz la mala yerba del juicio y voluntad propia.

                                                                                      Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XI