· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo XIV ·


                                             · Capítulo XIV ·

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104. Sabrás que en este inefable sacramento se une Cristo con el alma y se hace una misma cosa con ella, cuya fineza es la más alta y admirable y la más digna de consideración y gratitud. Grande fue la fineza de hacerse hombre, mayor la de morir por nuestro amor ignominiosamente en una cruz; pero el darse todo entero al alma en este maravilloso sacramento no admite comparación. Este es el singular favor y la infinita fineza; porque ya no hay más que dar ni más que recibir. ¡Oh, si lo penetráremos! ¡Oh, si lo conociésemos!
105. ¡Que quiera Dios, siendo quien es, comunicarse a mi alma! ¡Que quiera Dios hacer un recíproco vínculo de unión con ella, siendo la misma miseria! ¡Oh almas, si comiésemos en esta celestial mesa! ¡Oh, si nos quemásemos en esta ardiente zarza! ¡Oh, si nos hiciésemos un espíritu con este Señor soberano! ¿Quién nos engaña? ¿Quién nos estorba para que no lleguemos a abrasarnos como la salamandra con el divino fuego de esta santa mesa?
106. Es verdad, Señor, que vos entráis en mí todo miserable, pero es también verdad que vos quedáis en vuestra gloria, en vuestros esplendores y en vos mismo. Recibíos pues, oh mi Jesús, en vos mismo, en vuestra belleza y majestad. Yo me alegro infinito que la vileza de mi alma no pueda perjudicar vuestra hermosura. Entrad, pues, en mí sin salir de vos. Vivid en medio de vuestros esplendores y de vuestra magnificencia, aunque estéis en mi oscuridad y miseria.
107. ¡Oh alma mía, qué grande es tu vileza y qué grande tu pobreza! ¿Quién es, Señor, el hombre, que así os acordáis de él que así le visitáis y engrandecéis? (Job, 7) ¿Quién es el hombre, que así le estimáis, queriendo tener con él vuestras delicias y habitar personalmente en él con vuestras grandezas? ¿Cómo, Señor, la miserable criatura podrá recibir la infinita Majestad? Humíllate, alma mía, hasta el profundo de la nada; confiesa tu indignidad, mira tu miseria y reconoce la maravilla del divino amor que se deja envilecer en este incomprensible misterio para comunicarse y unirse contigo.
108. ¡Oh grandeza del amor! ¡Que se encierre el amoroso Jesús en una pequeña hostia! ¡Que se cierre este gran Señor en una cárcel por mi amor! ¡Que se haga en cierto modo esclavo del hombre, dándose todo él y sacrificándose por él al Padre Eterno! ¡Oh divino encarcelado, encarcelad fuertemente mi corazón para que no vuelva jamás a su libertad, sino que todo aniquilado muera al mundo y quede con vos unido!
109. Si quieres alcanzar en sumo grado todas las virtudes, llega alma bendita, llega con frecuencia, porque todas están represas en esta sacrosanta mesa. Come, alma, de este celestial manjar, come y persevera, llega con humildad, llega con fe a comer e divino y blanco pan, porque es el blanco de las almas y de allí tira el amor flechas, diciendo: llega alma y come este sabroso manjar, si quieres alcanzar la limpieza, la caridad, la pureza, la luz, la fortaleza, la perfección y la paz.

                                                                                  Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XIV