· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo V ·


                                            · Capítulo V ·

Cuán importante y necesario le sea al alma interior padecer a ciegas este primero y espiritual martirio


43. Para que el alma de terrestre se haga celestial y llegue a aquel sumo bien de la unión con Dios es necesario que se purifique en el fuego de la tribulación y tentación.
44. Y aunque es verdad y máxima experimentada que todos los que sirven al Señor han de padecer trabajos, persecuciones y tribulaciones, las dichosas almas que son guiadas de Dios por la vía secreta del interior camino y contemplación purgativa han de padecer sobre todo fuertes y horribles tentaciones y más atroces tormentos que aquellos con que se coronaron los mártires de la primitiva Iglesia.
45. Los mártires, a más de ser breve el tormento, que apenas era de días, se gozaban con clara luz y especial socorro en la esperanza de los vecinos y seguros premios. Pero el alma desolada, que ha de morir en sí misma y desnudar y limpiar el corazón, viéndose desamparada de Dios, cercada de tentaciones, tinieblas, angustias, congojas, afanes y rigurosas sequedades, prueba cada instante la muerte en su penoso tormento y tremenda desolación, sin experimentar un mínimo consuelo, con una aflicción tan grande que no parece su pena sino una prolongada muerte y continuo martirio. Pero –¡ay dolor!– qué raras son las almas que siguen a Cristo Señor nuestro con paz y resignación en semejantes tormentos.
46. Allá martirizaban los hombres y consolaba Dios al alma; ahora quien desconsuela es Dios, que se esconde, y los demonios como crueles sayones atormentan de mil modos al cuerpo y al alma, quedando dentro y fuera todo el hombre crucificado.
47. Te parecerán insuperables tus angustias e inconsolables tus aflicciones y que el cielo ya no llueve sobre ti. Te verás circuida de dolores, rodeada de tormentos internos, las tinieblas de las potencias, la impotencia de los discursos. Te afligirán las vehementes tentaciones, las penosas desconfianzas y los molestos escrúpulos; hasta la luz y el juicio te desampararán.
48. Todas las criaturas te darán molestia, los consejos espirituales te darán pena, la lección de los libros, aunque santos, no te consolará como solía; si te hablan de paciencia te afligirán sobre manera; el temor de perder a Dios por tus ingratitudes y malas correspondencias te atormentará hasta lo más íntimo de las entrañas. Si gimes y pides socorro a Dios, hallarás en vez de alivio la interior reprehensión y el disfavor como otra cananea, que al principio no la respondió y después la trató de perra.
49. y aunque en este tiempo no te desamparará el Señor, porque fuera imposible pasar un solo instante sin su ayuda, será tan oculto el socorro que no lo conocerá tu alma, ni será capaz de la esperanza y el consuelo, antes bien le parecerá estar sin remedio padeciendo como los condenados las penas del infierno, y las trocaría por las suyas a muerte violenta y le sería de mucho alivio, pero le parecerá imposible, como a ellos, el fin de las aflicciones y de los desconsuelos. (Circumdederunt me dolores mortis, et pericula inferni invenerunt me.) (Psal. J14)
50. Pero, oh alma bendita, si tú supieses cuánto eres amada y defendida de aquel divino Señor en medio de tus amorosos tormentos, los experimentarías tan dulces que sería necesario hiciese Dios un milagro para que vivieses. Está constante, oh alma dichosa, está constante y ten buen ánimo, que aunque a ti misma seas insufrible, serás de aquel sumo bien amparada, enriquecida y amada, como si no tuviera otra cosa que hacer que encaminarte a la perfección por los grados más altos del amor.
51. y si no vuelves la cara y perseveras con constancia sin dejar la empresa, sabe que haces a Dios el más agradable sacrificio, de tal manera que si este Señor fuera capaz de pena, no hallaría jamás quietud hasta la unión amorosa que haría con tu alma.
52. Si del caos de la nada ha sacado tantas maravillas su omnipotencia, qué hará en tu alma, hecha a su imagen y semejanza, si tú perseveras constante, quieta y resignada con el conocimiento verdadero de tu nada. Feliz el alma que, aun cuando turbada, afligida y desolada, se está constante allá dentro, sin salir fuera a buscar el exterior consuelo.
53. No te aflijas demasiado y con inquietud porque continúen estos martirios atroces; persevera en humildad y no te salgas fuera a buscar la ayuda, que todo tu bien está en callar, sufrir y tener paciencia con quietud y resignación. Ahí hallarás la divina fortaleza para superar tan acerba guerra; dentro de ti está el que por ti pelea, que es la misma fortaleza.
54. Cuando llegares a este penoso estado de la tremenda desolación, no le es prohibido a tu alma el llanto y el lamento, mientras en la parte superior estuvieses resignada. ¿Quién podrá sufrir la pesada mano del Señor sin el llanto y lamento? Se lamentó aquel gran campeón Job, y aun el mismo Cristo Señor nuestro en sus desamparos, pero fueron sus llantos resignados.
55. No te aflijas porque Dios te crucifique y pruebe tu fidelidad; imita a la cananea, que siendo desechada se humilló y le siguió, aunque la trató de perra. Es necesario beber el cáliz y no volver atrás. Si te quitaran las escamas de los ojos, como a San Pablo, verías la importancia del padecer y te gloriarías como él, estimando en más ser crucificado que ser del apostolado.
56. No está la dicha en gozar sino en padecer con quietud y resignación. Santa Teresa apareció después de muerta a un alma y la dijo que sólo la habían premiado las penas y que no había tenido un adarme de premio de cuantos éxtasis, revelaciones y consuelos había gozado acá en el mundo.
57. Aunque este penoso martirio de la horrible desolación y pasiva purgación es tan tremendo que con razón le dan nombre de infierno los místicos (porque parece imposible vivir un solo instante con tan atroz tormento, de tal manera que se puede decir con mucha verdad que el que lo padece vive muriendo y muriendo vive una prolongada muerte), con todo eso sabe que es necesario sufrirlo para llegar a la dulce, suave y abundante riqueza de la alta contemplación y amorosa unión; y no ha habido alma santa que haya llegado a este estado que no haya pasado por este espiritual martirio y penoso tormento. San Gregorio le padeció los dos últimos meses de su vida. Dos años y medio, San Francisco de Asís. Cinco, Santa Magdalena de Pacis. Santa Rosa del Perú, quince y después de tantos prodigios que pasmaron al mundo, le padeció Santo Domingo hasta media hora antes de su feliz tránsito. Y así, si tú quieres llegar a ser lo que los santos fueron, es necesario sufrir lo que ellos sufrieron.                                           
                                                                                   Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo V