· Capítulo IV ·
Prosigue lo mismo
19. Sean todos tus deseos de conformarte con la voluntad de aquel Señor, que sabe sacar raudales de agua de la piedra seca, a quien desagradan mucho las almas que por ayudar a otros antes de tiempo se defraudan a sí mismas, dejándose llevar del indiscreto celo y de la vana complacencia.
20. Como el discípulo de Eliseo, que enviado por el profeta (IV Reg. 4, 31) para que con su báculo resucitase a un difunto, por la complacencia que tuvo no surtió el efecto, y quedó por Eliseo reprobado. Reprobóse también el sacrificio de Caín, siendo el primero que se ofreció a Dios en el mundo, por complacerse en la ventaja de ser primero y más que su padre Adán en ofrecer a Dios sacrificio.
21. Hasta los discípulos de Cristo Señor nuestro adolecieron de este achaque, teniendo vano gozo cuando lanzaban los demonios, y por eso fueron agriamente reprendidos por su divino Maestro. Antes que Pablo predicase a las gentes y evangelizase el reino de Dios, siendo ya vaso de elección, ciudadano del cielo y escogido de Dios para este ministerio, fue necesario probarle y humillarle encerrándole en un calabozo. ¿y querrás tú hacerte predicador sin haber pasado por la prueba de los hombres y de los demonios? ¿Y querrás ponerte en un tan gran ministerio y hacer fruto sin haber pasado por el fuego de la tentación, de la tribulación y pasiva purgación?
22. Más te importa a ti estarte quieta y resignada en el santo ocio que hacer muchas y grandes cosas por tu propio juicio y parecer. No creas que las acciones heroicas que hicieron y hacen los grandes siervos de Dios en la Iglesia son obras de su industria; porque todas las cosas, así espirituales como temporales, son ordenadas desde ab eterno por la divina providencia, hasta el movimiento de la más mínima hoja. Quien hace la voluntad de Dios hace todas las cosas. Esta has de solicitar estándote quieta con perfecta resignación por todo lo que Dios quiere disponer de tu persona. Conócete indigna de tan alto ministerio como llevar almas al cielo, y con eso no pondrás embarazo a la quietud de tu alma, a la interior paz y al divino vuelo.
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo IV