· Guía Espiritual · Libro I · Capítulo XII ·



· Capítulo XII ·

Prosigue lo mismo

"77. No ama Dios más al que más hace, al que más siente ni al que muestra más afecto, sino al que más padece, si adora con fe y reverencia, creyendo. que está en la divina presencia. Es verdad que el quitarle al alma la oración de los sentidos y de la naturaleza le es riguroso martirio; pero el Señor se alegra y se goza en su paz, si así se está quieta y resignada. No quieras en ese tiempo usar la oración vocal, porque aunque en sí es buena y santa, usarla entonces es declarada tentación, con la cual pretende el enemigo no te hable Dios al corazón, con pretexto de que no tienes sentimientos y que pierdes el tiempo.
78. No mira Dios las muchas palabras, sino al fin si es purificado. Su mayor contento y gloria en aquel tiempo es ver al alma en silencio, deseosa, humilde, quieta y resignada. Camina, persevera, ora y calla, que donde no hallarás sentimiento, hallarás una puerta para entrarte en tu nada, conociendo que eres nada, que puedes nada, ni aun tener un buen pensamiento.
79. Cuántos han comenzado este dichoso trato de la oración y recogimiento interior y lo han dejado, tomando por pretexto el decir que no sienten ningún gusto, que pierden el tiempo, que los pensamientos les turban, que no es para ellos la oración, porque no hallan ningún sentimiento de Dios, ni pueden discurrir, pudiendo creer, callar y tener paciencia, todo lo cual no es otra cosa que con ingratitud ir a caza de los sensibles gustos, dejándose llevar del amor propio, buscándose a sí mismos y no a Dios, por no padecer un poco de pena y sequedad, sin atender a la infinita pérdida que hacen, pues por un mínimo acto de reverencia hecho a Dios en medio de la sequedad reciben un eterno premio.
80. Dijo el Señor a la venerable Madre Francisca López, valenciana, beata del tercer orden de San Francisco, tres cosas de mucha luz sobre el recogimiento interior. La primera, que más aprovechaba al alma un cuarto de hora de oración, con recogimiento de los sentidos y potencias y con resignación y humildad que cinco días de ejercicios penales, de cilicios, disciplinas, ayunos y dormir en tablas; porque todo esto es afligir el cuerpo, y con el recogimiento se purifica el alma.
81. La segunda, que más le agrada a su Majestad el darle el ánima en quieta y devota oración una hora que el ir a grandes peregrinaciones y romerías; porque en la oración aprovecha a sí y a aquellos por quien ora, es de grande regalo a Dios y merece gran peso de la gloria; y en la peregrinación, de ordinario se distrae el alma y derrama el sentido, enflaqueciéndose la virtud sin otros peligros.
82. La tercera, que la oración continua era tener siempre entregado el corazón a Dios, y que para ser una alma interior había de caminar-más en el afecto de la voluntad que con fatiga del entendimiento. Todo se halla en su vida. (Tomo 2 de las Crónicas de San Juan Bautista de los Religiosos Descalzos de San Francisco.)
83. Tanto cuanto el alma goza del amor sensible, tanto menos se goza Dios en ella, y al contrario, cuanto menos se goza el alma de este sensible amor, tanto más se goza Dios en ella. y sabe que fijar en Dios la voluntad con la repulsa de pensamientos y tentaciones, con la mayor quietud que se pueda, es alto modo de orar.
84. Concluiré este capítulo desengañándote del común error de los que dicen que en este interior recogimiento u oración de quietud no obran las potencias, y que está ociosa el alma sin ninguna actividad: es engaño manifiesto de poco experimentados, porque si bien no obra la memoria ni la segunda operación del entendimiento juzga ni la tercera discurre, obra la primera y más principal operación del entendimiento, por la simple aprehensión, ilustrado por la santa fe y ayudado de los divinos dones del Santo Espíritu, y la voluntad atiende más a continuar un acto que a multiplicar muchos; si bien así el acto del entendimiento como el de la voluntad son tan sencillos, imperceptibles y espirituales, que apenas el alma los conoce, ni menos reflecta o los mira."

                                                                        Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro I, Capítulo XII