· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo VIII ·


                                            · Capítulo VIII ·

                                                           Prosigue lo mismo

75. Sabrás que no se manifestará el Señor dentro de tu alma mientras no estuviere negada en sí misma y muerta en sus sentidos y potencias. Ni llegará jamás a este estado hasta que resignada perfectamente se resuelva a estar con Dios a solas, estimando tanto los dones como los desprecios, la luz como las tinieblas y la paz como la guerra. Finalmente, para que el alma llegue a la perfecta quietud y suprema paz interior, debe primero morir en sí misma y vivir sólo en Dios y para Dios.

76. Sabe que tanto cuanto estará muerta tu alma en sí misma, tanto más conocerá a Dios. Pero si no atiende a la continua negación de sí misma y a la interior mortificación, no llegará jamás a este estado ni conservará a Dios dentro de sí, con que siempre estará sujeta a los accidentes y pasiones del ánimo, como son juzgar, murmurar, resentirse, excusarse, defenderse por conservar su honra y estimación propia, enemigos de la quietud, de la perfección, de la paz y del espíritu.
77. La diversidad de los estados entre los espirituales sólo consiste en no morirse todos igualmente. Pero en los dichosos, que mueren continuamente, tiene Dios su paraíso, su honra, sus bienes y delicias en la tierra. Grande es la diferencia que hay entre el hacer, padecer y morir: el hacer es deleitable y de principiantes; el padecer con deseo es de los que se aprovechan; el morir siempre en sí mismos es de los aprovechados y perfectos, de cuyo número son bien raros los que se hallan en el mundo.
78. Qué feliz serás si no cuidas de otra cosa que de morir en ti misma; entonces no sólo saldrás vencedora de los enemigos, sino de ti misma, en cuya victoria hallarás de cierto el puro amor, la perfecta quietud y la divina sabiduría. Es imposible que pueda nadie sentir y vivir místicamente, en sencilla inteligencia de la divina e infusa sabiduría, si no muere primero en sí por la total negación del sentido y racional apetito.
79. La verdadera lección del espiritual, y la que tú debes aprender, es dejar todas las cosas en su lugar y no mezclarte ni introducirte en ninguna que no sea por obligación de oficio; porque el alma que se mortifica en dejarlo todo por Dios, entonces comienza a tenerlo todo para la eternidad.
80. Hay algunas almas que buscan el descanso; otras, sin buscarlo, gustan de él; otras gustan de la pena, y otras la buscan. Las primeras no andan nada; las segundas caminan; las terceras corren, y las cuartas vuelan.
81. Sentir mal del regalo y tenerlo por tormento es propiedad de verdadero mortificado. El gozo y paz interior son frutos del divino espíritu, y ninguno los llega a poseer si en lo íntimo del corazón no está resignado. Mira que los enojos de los buenos pasan presto, pero con todo eso procura no tenerlos ni pararte en ellos, porque dañan la salud, perturban la razón e inquietan el espíritu.
82. Entre otros santos consejos que has de observar, atiende al que se sigue. No mires los defectos ajenos, sino los propios, guarda el silencio con un trato interior continuado, mortifícate en todo y a todas horas, y con eso te librarás de muchas imperfecciones y te harás señora de grandes virtudes. No juzgues jamás mal de nadie, porque la mala sospecha del prójimo turba la pureza
83. No tendrás jamás perfecta resignación si miras los respetos humanos y reparas en el idolillo del qué dirán. El alma que camina por la vía interior, si entre las criaturas y su trato mira la razón, se perderá; no hay más razón que no mirar a la razón, y pensar que Dios permite se nos hagan sinrazones para humillarnos y aniquilarnos, y para que en todo vivamos resignados. Mira que estima Dios más un alma que vive interiormente resignada que otra que hace milagros, aunque resucite muertos.
84. Hay algunas almas que aunque tienen oración, por no mortificarse, siempre se quedan imperfectas y llenas de propio amor. Ten por verdadera máxima que al alma de sí misma despreciada y que en su conocimiento es nada, nadie la puede hacer agravio ni injuria. Finalmente, espera, sufre, calla y ten paciencia; nada te turbe, nada te espante, que todo se acaba; sólo Dios no se muda, y la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene, todo lo tiene; quien a Dios no tiene, todo le falta.

                                                                                 
                                                                                        Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo VIII