· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo X ·


                                                  · Capítulo X ·


Se enseña y descubre cuál sea humildad falsa y verdadera, y se declaran sus efectos


90. Sabrás que hay dos maneras de humildad, una falsa y fingida y otra verdadera. La fingida es de aquellos que, como el agua que ha de subir, toman una caída exterior y artificiosa de rendimiento, para subir luego. Estos huyen la estimación y honra para que los tengan por humildes; dicen de sí que son muy malos para que los tengan por buenos, y aunque conocen su miseria, no quieren que de los otros sea conocida. Esta es humildad falsa y fingida, y soberbia secreta.
91. Hay otra humildad verdadera y es de aquellos que alcanzaron perfecto hábito de humildad. Estos jamás piensan en ella, sino que juzgan humildemente de sí, obran con fortaleza y tolerancia, viven y mueren en Dios. Ni atienden a sí ni a las criaturas; en todo se están constantes y quietos; sufren con gozo las molestias, deseando siempre mayores para imitar a su amado y despreciado Jesús; desean ser tenidos en el vulgo por fábula y escarnio; se contentan con lo que Dios les da y se encogen con sosegada confusión en los defectos; no se humillan por el consejo de la razón, sino por el afecto de la voluntad; no hay honra que apetezcan ni injuria que les turbe; no hay trabajo que les inquiete ni prosperidad que les ensoberbezca; porque se están siempre inmobles en su nada y en sí mismos con perfecta paz.
92. y para que te desengañes de la interior y verdadera humildad, sabrás que no consiste en los actos exteriores, en tomar el ínfimo lugar, ni en vestir pobre, hablar bajo, cerrar los ojos, suspirar afectuoso, ni en acusarse de defectos, diciendo que es miserable para dar a entender que es humilde. Sólo está en el desprecio de sí mismo y en el deseo de ser despreciado con un bajo y profundo conocimiento, sin que el alma se tenga por humilde, aunque un ángel se lo revele.
93. El arroyo de luz con que en las mercedes ilustra el Señor al alma hace dos cosas: descubre la grandeza de Dios y al mismo paso hace conocer al alma su hediondez y miseria, de manera que no hay lengua que pueda decir el abismo en que queda sumergida, deseosa que todos conozcan su vileza y está tan lejos de la vanagloria y de la complacencia cuanto conocida que es sola bondad de Dios y pura misericordia suya aquella merced que la franquea.
94. Nunca serás dañada de los hombres ni de los demonios, sino de ti misma, de tu propia soberbia y de la violencia de tus pasiones. Guárdate de ti, porque tú misma eres para ti el mayor demonio del infierno. No quieras ser estimada, cuando Dios hecho hombre es tenido por necio, embriagado y endemoniado. ¡Oh necedad de los cristianos, que queramos gozar de la bienaventuranza sin querer imitarle en la cruz, en los oprobios, en la humanidad, pobreza y demás virtudes!
95. El verdadero humilde se está en la quietud de su corazón reposado; allí sufre la prueba de Dios, de los hombres y del demonio sobre toda razón y discreción, poseyéndose a sí mismo en paz y quietud, esperando con toda humildad el agrado puro de Dios, así en la vida como en la muerte. No le inquietan las cosas de afuera más que si no fuesen. A éste la cruz y muerte son delicias, aunque exteriormente no lo manifieste. Pero ¡ay, de quién hablamos, que se hallan pocos de estos humildes en el mundo!
96. Desea, espera, sigue y muere incógnita, que aquí está el amor humilde y el perfecto. ¡Oh, qué de paz experimentarás en el alma si te humillas profundamente y abrazas los desprecios! No serás perfectamente humilde, aunque conozcas tu miseria, si no deseas que sea de todos conocida; entonces huirás las alabanzas, abrazarás las injurias, despreciarás todo lo criado, hasta a ti misma, y si te viniere alguna tribulación, no culparás a ninguno, sino que juzgarás viene de la mano del Creador, como dador de todo bien.
97. Si quieres llevar bien los defectos de tus prójimos, pon los ojos en los tuyos propios y si piensas haber hecho algún provecho en la perfección por ti misma, sabe que no eres humilde ni has dado un paso en el camino del espíritu.
98. Los grados de la humildad son las calidades del cuerpo enterrado; estar en el ínfimo lugar sepultado como muerto, estar hediondo y corrompido a sí mismo, y en su propia estimación ser polvo y nada. Finalmente, si quieres ser bienaventurada, aprende a menospreciar y a ser menospreciada.

                                                                               
                                                                                       Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo X