· Capítulo IV ·
De dos martirios espirituales con que Dios purga al alma que quiere consigo unirla
28. Ahora sabrás cómo suele Dios usar dos modos de purgar las almas que quiere perfeccionar y alumbrar para unirlas estrechamente consigo. El primero, del cual trataremos en éste y el siguiente capítulo, es con amargas aguas de aflicciones, tentaciones, angustias, apreturas e interiores tormentos.
29. El segundo, con fuego ardiente de inflamado amor, impaciente y hambriento. Tal vez se vale de entrambos en aquellas almas que quiere colmar de gracias, de amor, de luz y paz interior. Ya las mete en la lejía fuerte de tribulaciones y amarguras internas y externas, abrasándolas con el fuego de la rigurosa tentación; ya en el crisol del amor ansioso y celoso, apretándolas fuertísimamente, porque al paso que quiere el Señor que sea mayor la iluminación y unión de un alma, tanto es más fuerte el tormento y purgación, porque todo el conocimiento y unión con Dios nace del padecer, que es la prueba verdadera del amor.
30. ¡Oh, si entendieses los provechos grandes de la tribulación! Esta es la que borra los pecados, purga al alma y obra la paciencia. Esta es la que en la oración la inflama, la dilata y hace ejercitar el más alto acto de caridad. Esta es la que alegra al alma, la acerca a Dios, la hace llamar y entrar en el cielo. Esta es la que prueba a los verdaderos siervos del Señor, y los hace sabios, fuertes y constantes. Esta es la que hace oír a Dios con presteza: Ad Dominum cum tribularer clamavi et exaudivit me (Psal. 119). Esta es la que aniquila, afina y perfecciona. Esta es finalmente la que hace a las almas de terrestres celestiales y de humanas divinas, transformándolas y uniéndolas con modo maravilloso a su humanidad y divinidad. Bien dijo San Agustín que la vida del alma sobre la tierra es la tentación.
31. Bienaventurada el alma que siempre es combatida, si resiste constante a la tentación. Este es el medio que el Señor toma para humillarla, aniquilarla, confirmarla, mortificarla, negarla, perfeccionarla y llenarla de sus divinos dones. Por este medio de la tribulación y tentación la llega a coronar y transformar. Persuádete que al alma para ser perfecta le son necesarias tentaciones y batallas.
32. ¡Oh alma bendita, si tú supieses estar constante y quieta en el fuego de la tribulación y te dejases lavar con el agua amarga de la aflicción, qué presto te hallarías rica de dones celestiales y qué presto haría en tu alma la bondad divina un rico trono y habitación hermosa para solazarse en ella!
33. Sabe que no tiene este Señor su reposo sino en las almas quietas, en aquellas que el fuego de la tribulación y tentación ha quemado la escoria de las pasiones y en aquellas que el agua amarga de las aflicciones ha consumido las manchas sucias de los desordenados apetitos. Y finalmente no descansa este Señor sino donde reina la quietud y está desterrado el propio amor.
34. Pero no llegará tu alma a este dichoso estado ni experimentará la preciosa prenda de la interior paz, aunque haya salido vencedora con la divina gracia de los exteriores sentidos, mientras no estuviere purificada de las desordenadas pasiones de la concupiscencia, de la estimación propia, de los deseos y cuidados, aunque espirituales, y de otros muchos apegos y ocultos vicios que están dentro de ella misma, impidiendo miserablemente la pacífica entrada de aquel gran Señor que quiere unirse y transformarse contigo.
35. Impiden también este gran don de la paz del alma las mismas virtudes adquiridas y no purificadas. También está el alma impedida por el desordenado deseo de los sublimes dones, por el apetito de sentir el espiritual consuelo, por el apego a las infusas y divinas gracias, entreteniéndose en ellas y deseando muchas otras para gozarlas. y finalmente por el deseo de ser grande.
36 ¡Oh, cuánto hay que purificar en un alma que ha de llegar al santo monte de la perfección y transformación con Dios! ¡Oh, qué dispuesta, desnuda, negada y aniquilada debe estar el alma para no impedir la entrada de este divino Señor y su continua comunicación!
37. Esta disposición de preparar al alma en su fondo para la divina entrada es necesario que la haga la divina sabiduría. Si un serafín no es bastante a purificar al alma, ¿cómo se purificará la misma alma, frágil, miserable y sin experiencia?
38. Por eso el mismo Señor te dispondrá y preparará pasivamente, sin que tú lo entiendas, con el fuego de la tribulación y tormento interior, sin más disposición de tu parte que el consentimiento en la interior y exterior cruz.
39. Experimentarás dentro de ti misma la pasiva sequedad, las tinieblas, las angustias, las contradicciones, la repugnancia continua, los interiores desamparos, las horribles desolaciones, las continuas e inoportunas sugestiones y vehementes tentaciones del enemigo y finalmente te verás tan atribulada que no podrás alzar el corazón lleno de amargura, aun para hacer un mínimo acto de fe, esperanza ni de amor.
40. Aquí te verás desamparada y sujeta a las pasiones de impaciencia, ira, rabia, blasfemia y desordenados apetitos, pareciéndote ser la más miserable criatura, la mayor pecadora, la más aborrecida de Dios y desnuda de toda virtud, con pena casi de infierno, viéndote afligida y desolada, por pensar que has perdido del todo a Dios: éste será tu cruel cuchillo y más acerbo tormento.
41. Pero si bien te verás así oprimida, pareciéndote con evidencia ser soberbia, impaciente y airada, no tendrán fuerza ni lugar en tu alma estas tentaciones por la oculta virtud y don interior de la fortaleza que reina en lo Íntimo de ella, superando la más terrible pena y vehemente tentación.
42. Está constante, oh alma bendita, está constante, que nunca más amas ni estás más cerca de Dios que en semejantes desamparos; que si bien el sol está escondido por las nubes, no muda su lugar ni pierde por eso su hermoso resplandor. Permite el Señor este penoso desamparo en tu alma, para purgarte, limpiarte, negarte y desnudarte de ti misma, y que de este modo seas toda suya y del todo te entregues a él, así como su infinita bondad se da del todo a ti para que seas sus delicias, que aunque tú gimes, te lamentas y lloras, él se alegra y goza en lo más secreto y escondido de tu alma.
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo IV