· Capítulo III ·
El medio para alcanzar la interior paz no es el gusto sensible ni el espiritual consuelo, sino la negación del amor propio
17. Dice San Bernardo que servir a Dios no es otra cosa que hacer bien y padecer mal. El que quiere caminar a la perfección por dulzura y consuelo vive engañado. No has de querer de Dios otro consuelo que acabar la vida por su amor en estado de verdadera obediencia y sujeción.
18. No fue el camino de Cristo Señor nuestro el de la dulzura y suavidad, ni fue ése al que nos convidó con sus palabras y ejemplo cuando dijo: El que quisiere venir después de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame (Matth. 24,26). Al alma que quiere unirse con Cristo le conviene conformarse con él, siguiéndole por el padecer.
19. Apenas comenzarás a gustar la dulzura del divino amor en la oración, cuando el enemigo con su cautelosa astucia te pondrá deseos de desierto y soledad, para que puedas sin embarazo de nadie tender las velas a la continua y gustosa oración.
20. Abre los ojos y advierte que este consejo y deseo no se conforma con el verdadero consejo de Cristo Señor nuestro, el cual no nos convidó a seguir la dulzura y consuelo de la propia voluntad, sino a la propia negación, diciendo: Abneget semetipsum. Como si dijera: el que quisiere seguirme y venir a la perfección, venda totalmente su propio arbitrio y, dejando todas las cosas, se exponga en todo al yugo de la obediencia y sujeción por la propia negación, la cual es la más verdadera cruz.
21. Muchas almas se hallarán dedicadas a Dios que reciben de la divina mano grandes sentimientos, visiones y mentales elevaciones, y con todo eso no las habrá el Señor comunicado la gracia de hacer milagros, penetrar los escondidos secretos y de anunciar los futuros sucesos, como a otras almas que pasaron constantes por la tribulación, tentación y verdadera cruz, en estado de perfecta humildad, obediencia y sujeción.
22. ¡Oh, qué gran dicha es ser súbdita y sujeta! ¡Qué gran riqueza el ser pobre! ¡Qué grande honra el ser despreciada! ¡ Qué alteza el estar abatida! ¡Qué consuelo el estar afligida! ¡Qué sublime ciencia el estar reputada por necia! y finalmente ¡qué felicidad de felicidades el ser con Cristo crucificada! Esta es aquella dicha de que el Apóstol se gloriaba: Nos autem gloriari oportet in cruce Domini nostri Jesu Christi (Ad Galat. 6, 14). Gloríense los otros en sus riquezas, dignidades, delicias y honras, que para nosotros no hay más honra que ser con Cristo negados, despreciados y crucificados.
23. Pero –¡ay dolor!– que apenas se hallará un alma que desprecie los espirituales gustos y quiera ser negada por Cristo, abrazando su cruz con amor: Multi sunt vocati, paua vero electi (Matth. 22), dice el Espíritu Santo. Son muchos los llamados a la perfección, pero pocos los que llegan, porque son pocos los que abrazan la cruz con paciencia, constancia, paz y resignación.
24. Negarse a sí mismo en todas las cosas, estar sujeto al parecer ajeno, mortificar continuamente todas las pasiones interiores, aniquilarse en todo y por todo a sí mismo, seguir siempre lo que es contrario a la propia voluntad, al apetito y juicio propio, es de pocos; muchos son los que lo enseñan, pero pocos los que lo practican.
25. Muchas almas emprendieron y emprenden cada día este camino y perseveran mientras gustan la sabrosa dulzura de la miel del primitivo fervor; pero apenas cesa esta suavidad y sensible gusto, por la tempestad que sobreviene de la tribulación, tentación y sequedad (necesarias para llegar al alto monte de la perfección), cuando declinan y vuelven las espaldas al camino: señal manifiesta que se buscaban a sí mismas y no a Dios ni a la perfección.
26. Plegue a Dios que las almas que tuvieron luz y fueron llamadas a la interior paz, y (por no estar constantes en la sequedad y en la tribulación y tentación) volvieron atrás, no sean echadas a las tinieblas exteriores, como el que fue hallado sin vestidura de boda, aunque era siervo, por no haberse dispuesto, dejándose llevar del amor propio.
27. Este monstruo se ha de vencer. Esta hidra de siete cabezas del amor propio se ha de degollar para llegar a la cumbre del alto monte de la paz. Cébase en todo este monstruo. Ya se introduce entre los deudos, que impiden extrañamente con su comunicación, a que el natural se deja llevar con facilidad. Ya se mezcla con buena cara de gratitud en la afición apasionada y sin límite al confesor. Ya en la afición a las vanaglorias espirituales sutilísimas; ya a las temporales y honrillas muy delicadas, apegadas todas a los huesos. Ya se apega a los gustos espirituales, y aun se asienta en los mismos dones de Dios y gracias gratis datas. Ya desea con demasía la conservación de la salud y con disimulo el tratamiento y propia comodidad. Ya quiere parecer bien con sutilezas muy delicadas. Y finalmente se apega con notable propensión a su propio juicio y parecer en todas las cosas cuyas raíces están entrañadas en la propia voluntad. Todos son efectos del amor propio y, si no se niegan, es imposible subir a la alteza de la perfecta contemplación, a la suma felicidad de la amorosa unión y al sublime trono de la interior paz.
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo III