· Capítulo XIII ·
Lo que debe hacer el alma en el interior recogimiento
"85. Has de ir a la oración a entregarte del todo en las divinas manos con perfecta resignación, haciendo un acto de fe, creyendo estás en la divina presencia, quedándote después en aquel santo ocio, con quietud, silencio y sosiego; procurando continuar todo el día, todo el año y toda la vida aquel primer acto de contemplación, por fe y amor.
86. No has de ir a multiplicar estos actos, ni a repetir sensibles afectos, porque impiden la pureza del acto espiritual y perfecto de la voluntad, pues además de ser imperfectos estos suaves sentimientos (por la reflexión con que se hacen, por la satisfacción propia y consuelo interior con que se buscan, saliéndose fuera el alma a las exteriores potencias) no hay necesidad de renovarlos, como dijo muy bien el místico Falconi en el siguiente símil:
87. «Si se diese a un amigo una rica joya, entregada una vez, no hay necesidad de repetirla entrega, diciéndole cada día: Señor, aquella joya os doy; Señor, aquella joya os doy, sino dejársela estar allá y no querérsela quitar, porque mientras no se la quite o desee quitar, siempre se la tiene dada.»
88. Del mismo modo, hecha una vez la entrega y resignación amorosa en la voluntad del Señor, no hay sino continuarla, sin repetir nuevos y sensibles actos, mientras no le quites la joya de la entrega haciendo algo grave contra la divina voluntad, aunque te ejercites por fuera en obras exteriores de tu vocación y estado, porque en éstas haces la voluntad de Dios y andas en continua y virtual oración. Siempre ora (dijo Teofilato) el que hace cosas buenas; ni deja de orar sino cuando deja de ser Justo.
89. Debes, pues, despreciar todas estas sensibilidades para que tu alma se establezca y haga el hábito interior del recogimiento, el cual es tan eficaz que sola la resolución de ir a la oración desvela una viva presencia de Dios, la cual es la preparación de la oración que se va a hacer o, por mejor decir, no es otra cosa que una continuación más eficaz de la oración continua en la cual debe establecerse el contemplativo.
90. Qué bien practicó esta lección la venerable Madre de Chantal, hija espiritual de San Francisco de Sales y fundadora en Francia de la Orden de la Visitación, en cuya Vidase hallan las siguientes palabras escritas a su santo maestro: Carísimo Padre: yo no puedo hacer acto alguno; siempre me parece que esta disposición es más firme y segura. Mi espíritu en la parte superior se halla en una simplísima unidad; no se une, porque cuando quiere hacer actos de unión (lo que procura muchas veces) siente dificultad y claramente conoce que no puede unirse, sino estar unido. Quisiera servirse el alma de esta unión para ejercicio de la mañana, de la santa misa, preparación a la comunión y de hacimiento de gracias; y finalmente quisiera para todas las cosas estar siempre en aquella simplísima unidad de espíritu, sin mirar a otra cosa. A todo esto responde el santo maestro aprobándolo y persuadiéndola a que continúe, acordándola que el reposo de Dios está en la paz.
91. En otra ocasión escribió al mismo Santo estas palabras: Moviéndome a hacer actos más especiales de mi sencilla vista, total resignación y aniquilación en Dios, su infinita bondad me reprendió y dio a entender que esto sólo procedía del amor de mí misma, y que con esto ofendía a mi alma. (En su Vida.)
92. Con lo cual te desengañarás y conocerás cuál es el perfecto y espiritual modo de orar, y quedarás advertida de lo que debes hacer en el recogimiento interior, y sabrás que importa para que el amor sea perfecto y puro cercenar la multiplicación de los sensibles y fervorosos actos, quedándose el alma quieta y con reposo en aquel silencio interno. Porque la ternura, la dulzura y los suaves sentimientos que siente el alma en la voluntad no es puro espíritu, sino acto mezclado con lo sensible de la naturaleza. Ni es amor perfecto, sino sensible gusto el que embaraza y daña al alma, según dijo el Señor a la venerable Madre de Chantal.
93. Qué dichosa será tu alma y qué bien empleada estará si se entra dentro y se está en su nada, allá en el centro y parte superior, sin advertir lo que hace, si está recogida o no, si le va bien o mal, si obra o no obra, sin mirar ni cuidar ni atender a cosa de sensibilidad. Entonces cree el entendimiento con acto puro y ama la voluntad con amor perfecto sin género de impedimento, imitando aquel acto puro y continuado de contemplación y amor que dicen los santos tienen los bienaventurados en el cielo, sin más diferencia que verles ellos allá cara a cara, y aquí el alma con el velo de la fe oscura.
94. Oh, qué pocas son las almas que llegan a este perfecto modo de orar por no penetrar bien este interior recogimiento y silencio místico, y por no desnudarse de la imperfecta reflexión y sensible gusto. Oh, si tu alma se arrojase sin cuidadosa advertencia, aun de sí misma, a aquel santo y espiritual ocio, y dijese con San Agustín: Sileat anima mea et transeat se, non se cogitando (En sus Confesiones, lib. 9, cap. 10). Calle y no quiera hacer ni pensar en nada mi alma, olvídese de sí misma y anéguese en esa fe oscura, que segura y que ganada estaría, aunque le parezca, por verse en la nada, que está perdida.
95. Corone esta doctrina la epístola que escribió la ilustrada Madre de Chantal a una gran sierva de Dios. Concedióme la divina bondad (dice la iluminada Madre) esta manera de oración, que con una sencilla vista de Dios, me sentía en él toda entregada, embebida y sosegada. Continuóme siempre esta gracia, aunque por mi infidelidad me haya opuesto, dando lugar al temor y creyendo ser inútil en este estado, por cuya causa, queriendo yo por mi parte hacer alguna cosa, lo echaba a perder todo, y aun de presente me siento tal vez combatida del mismo temor, si bien no es en la oración, sino en los otros ejercicios en los cuales quiero yo siempre obrar un poco, haciendo actos, aunque conozco muy bien que haciéndolos salgo de mi centro, y veo con especialidad que esta sencilla vista de Dios es también mi único remedio y ayuda en todos mis trabajos, tentaciones y sucesos de esta vida.
96. Ciertamente si yo quisiese seguir mi impulso interno, no usaría otro medio en todas las cosas, sin excepción de ninguna, porque cuando pienso fortificar mi alma con actos, discursos y resignaciones, entonces me expongo a nuevas tentaciones y trabajos. A más, que no lo puedo hacer sin gran violencia la cual me deja a secas, y así me es necesario volver con presteza a esta sencilla resignación, conociendo que Dios me hace ver en este modo que él quiere que totalmente se impidan las operaciones de mi alma, porque su divina actividad lo quiere obrar todo. y por ventura no quiere de mí otra cosa que esta única vista en todos los espirituales ejercicios, en todas las penas, tentaciones y aflicción es que me pueden suceder en esta vida. y es la verdad que cuanto más tengo mi espíritu quieto con este medio, tanto mejor me sale todo, desvaneciéndose luego todas mis aflicciones. y mi Beato Padre San Francisco de Sales me lo aseguró muchas veces.
97. Nuestra difunta Madre Superiora (fue la Madre María de Castel) me estimulaba a estar firme en esta vía y a no temer nada en esta sencilla vista de Dios. Dirásme que esto bastaba y que cuanto mayor es la desnudez y quietud en Dios, mayor suavidad y fuerza recibe el alma, la cual debe procurar ser tan pura y sencilla que no tenga más apoyo que en sólo Dios.
98. A este propósito se me ofrece que pocos días hace me comunicó Dios una luz, la cual se me estampó de manera como si desnudamente la viera; y es que yo no debo jamás mirarme a mí misma, sino caminar a ojos cerrados, apoyada en mi amado, sin querer ver ni saber el camino por el cual me guía, ni pensar en nada ni aun pedirle gracias, sino estarme sencillamente toda perdida y sosegada en él. (En su Vida lib. 3, cap. 89.) Hasta aquí aquella mística e ilustrada Madre, con cuyas palabras se acredita nuestra doctrina."
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro I, Capítulo XIII