· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo III ·



                                            · Capítulo III ·

El celo de las almas y el amor al prójimo pueden embarazar la interior paz

13. No hay para Dios más agradable sacrificio (dice San Gregorio) que el ardiente celo de las almas (In Ezechiel, hom. 12). Para este ministerio envió el Padre Eterno a su hijo Jesucristo al mundo, y desde entonces quedó entre los oficios por el más noble y sublimado. Pero si el celo es indiscreto, es de notable impedimento para la subida del espíritu.
14. Apenas te verás con nueva luz fervorosa cuando querrás emplearte toda en el beneficio de las almas, y corre mucho riesgo no sea amor propio lo que a ti te parecerá puro celo. Suele éste tal vez revestirse de un desordenado deseo, de una vana complacencia, de una afectación industriosa y estimación propia, enemigos todos de la paz del alma.
15. Nunca es bien amar a tu prójimo con detrimento de tu espiritual bien. El agradar a Dios con sencillez ha de ser el único blanco de tus obras. Este ha de ser tu único deseo y cuidado, procurando templar tu desordenado fervor para que reine en tu alma la tranquilidad y paz interior. El verdadero celo de las almas que has de procurar ha de ser el amor puro a tu Dios; éste es el fructuoso, el eficaz y el verdadero, y el que hace milagros en las almas, aunque con voces mudas.
16. Primero encomendó San Pablo la atención a nuestra alma que a la del prójimo: Attende tibi el doctrinae, dijo en su canónica epístola (1 Ad Timoth. 4). No te adelantes con fatiga, que cuando sea el tiempo oportuno y puedas ser de algún provecho para tu prójimo, Dios te sacará y pondrá en el empleo que más te convenga; a él sólo toca el cuidado y a ti estarte en tu quietud desapegada y totalmente resignada en el divino beneplácito. No entiendas estar en este estado ociosa; hace mucho quien en todo atiende a cumplir la divina voluntad. El que atiende a sí mismo por Dios hace el todo, porque vale más un acto puro de interior resignación que ciento y aun mil ejercicios por propia voluntad.
17. Aunque la cisterna sea capaz de mucha agua, no la tendrá jamás hasta que el cielo la favorezca con su lluvia. Estáte quieta, alma benedicta, estáte quieta, humilde y resignada para todo lo que Dios quiere hacer de ti. Deja a Dios el cuidado, que él sabe como amoroso padre lo que a ti más te conviene, confórmate totalmente con su voluntad, que es donde está fundada la perfección; porque el que hace la voluntad del Señor, éste es madre, hijo y hermano del mismo hijo de Dios.
18. No pienses que estima Dios más a quien más hace; aquél es más amado que es más humilde, más fiel y resignado, y más correspondiente a su interior inspiración y divino beneplácito.

                                                                              Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo III