· Capítulo XXII·
Exclamación amorosa y gemido lamentable con Dios por las pocas almas que llegan a la perfección, a la amorosa unión y divina transformación
206. ¡Oh Divina Majestad, ante cuya presencia tiemblan y se estremecen las columnas del cielo! ¡Oh bondad más que infinita, en cuyo amor se abrasan los serafines! Dadme, Señor, licencia para llorar nuestra ceguedad e ingratitud. Todos vivimos engañados, buscando al mundo loco, dejándoos a vos siendo nuestro Dios. Todos por los charcos hediondos del mundo os dejamos a vos, fuente de aguas vivas.
207. ¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo hemos de seguir la mentira y vanidad? ¿Quién así nos engañó para dejar al sumo bien y nuestro Dios? ¿Quién nos habla más verdad? ¿Quién más nos ama? ¿Quién más nos defiende? ¿Quién es más fino para amigo, más tierno para esposo y más bueno para padre? ¡Que sea tanta nuestra ceguedad que desamparemos todos a esta suma e infinita bondad!
208. ¡Oh divino Señor, qué pocas almas hay en el mundo que os sirvan con perfección! ¡Qué pocas son las que quieren padecer, que sigan a Cristo crucificado, que abracen la cruz, que nieguen la voluntad propia y se desprecien a sí mismas! ¡Oh, qué pocas almas se hallan desapegadas y totalmente desnudas! ¡Qué pocas almas hay muertas en sí y vivas para Dios, y que perfectamente se resignen en el divino beneplácito! ¡Qué pocas almas hay de sencilla obediencia, de profundo conocimiento de sí mismas y de humildad verdadera! ¡Qué pocas son las que con total indiferencia se dejan en las manos de Dios para que haga en ellas su divina voluntad! ¡Qué pocas almas hay puras, de corazón sencillo y desapegado, y que vacías de su entender, saber, desear y querer, anhelen a su negación y muerte espiritual! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejar obrar en sí al divino Criador, que padezcan por no padecer y mueran por no morir! ¡Qué pocas almas hay que quieran olvidarse de sí mismas, que quieran desnudar el corazón de los afectos, de sus deseos, satisfacción, propio amor y juicio! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejarse guiar por la vía regia de la negación e interior camino! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejarse aniquilar, muriendo en los sentidos y en sí mismas! ¡Qué pocas almas hay que quieran dejarse vaciar, purificar y desnudar para que Dios las vista, las llene y perfeccione! Finalmente, ¡qué pocas, Señor, son las almas ciegas, mudas, sordas y perfectamente contemplativas!
209. ¡Oh confusión de los hijos de Adán, que por una vileza despreciemos la verdadera felicidad y que impidamos al sumo bien, al rico tesoro y a la infinita bondad! Con justa razón se quejan los cielos que son pocas las almas que quieren seguir sus preciosos caminos: Viae Sion lugent eo quod non sint qui veniant ad solemnitatem (Trenos 1, 4).
Todo lo sujeto, humildemente postrado, a la corrección de la Santa Iglesia Católica Romana.
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo XXII*
*Nota: Final del Libro III (y último) de la Guía Espiritual de Miguel de Molinos Zuxia