· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo VIII ·


                                        · Capítulo VIII ·

                                         Prosigue lo mismo


58. Los que gobiernan almas sin experiencia proceden a ciegas, sin llegar a entender los estados del alma ni sus interiores y sobrenaturales operaciones. Sólo conocen que unas veces se halla bien el alma y que tiene luz; otras, que está en la oscuridad. Pero qué estado sea cada uno de éstos y cuál sea la raíz de donde proceden esas mudanzas, ni lo alcanzan ni lo entienden ni lo pueden averiguar por los libros sin haberlo en sí mismos experimentado, en cuya fragua se engendra la verdadera y actual luz.
59. Si la guía no ha pasado por las vías secretas y penosas del interior camino, ¿cómo lo puede comprender ni aprobar? Será no pequeña fortuna para el alma hallar una sola guía experimentada que la fortifique en las insuperables dificultades y la asegure en las continuas dudas de este viaje. De otra manera no llegará al santo y precioso monte de la perfección, si no es con una gracia extraordinaria y singular.
60. El director que está desapegado más anhela a la interior soledad que al empleo de las almas, y si algún maestro espiritual tiene sentimiento cuando se le va una alma y le deja por otra guía, es señal manifiesta que no estaba desapegado ni buscaba puramente la gloria de Dios, sino su crédito.
61. El mismo daño y achaque se experimenta cuando el director hace alguna diligencia secreta para atraer a su dirección alguna alma que va gobernada por otra guía. Este es un notable daño, porque si se tiene por mejor que el otro director, es soberbio; si se reconoce peor, es traidor a Dios, a aquella alma y a sí mismo por el malicioso perjuicio que hace al provecho de los prójimos.
62. También se descubre otro daño considerable con los maestros espirituales, y es que no permiten que las almas que guían comuniquen con otros, aunque sean más santos, más doctos y más experimentados que ellos. Todo es apego, amor propio y propia estimación. No les permiten a las almas este desahogo por el temor que tienen de perderlas, y que no se diga que sus hijos espirituales buscan en los otros la satisfacción que no hallan en ellos. y las más veces por estos imperfectos fines embarazan a las almas sus adelantamientos.
63. De todos estos y otros infinitos apegos se libra el director que llegó a oír la interior voz de Dios, por haber pasado por la tribulación, tentación y pasiva purgación; porque la voz interior de Dios hace innumerables y maravillosos efectos en el alma que da lugar, que la escucha y la gusta.
64. Es de tanta eficacia que arroja la honra mundana, la estimación propia, la ambición espiritual, el deseo de crédito, el querer ser grande, el presumir que es solo y pensar que lo sabe todo. Arroja los amigos, las amistades de cumplimiento, el trato de las criaturas, el apego a los hijos espirituales, el hacer de maestro y de hacendado. Arroja la demasiada inclinación al confesionario, la afición desordenada a gobernar almas, pensando que tiene esa habilidad. Arroja el amor propio, la autoridad, la presunción, el tratar del fruto que hace, el hacer alarde de las cartas que escribe, el enseñar las de los hijos espirituales para dar a entender que es grande operario. Arroja la envidia de los otros maestros y el solicitar que vengan todos a su confesionario.
65. Finalmente, la voz interior de Dios en el alma del director engendra el desprecio, la soledad, el silencio y el olvido de los amigos, de los parientes y de los espirituales hijos, y no se acuerda de ellos sino cuando le hablan. Esta es la única señal para conocer el desapego del maestro, pero hace éste más fruto callando que millares de los otros, aunque se valgan de infinitos documentos.

                                                                          Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo VIII