· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo XIII ·


                                              · Capítulo XIII·

Se explica qué cosa sea la contemplación infusa y pasiva, y se declaran sus maravillosos efectos


120. Sabrás que cuando el alma está ya habituada al interior recogimiento y contemplación adquirida que hemos dicho, cuando ya está mortificada y en todo desea negarse a sus apetitos, cuando ya muy de veras abraza la interior y exterior mortificación y quiere muy de corazón morir a sus pasiones y propias operaciones, entonces suele Dios tirarla, elevándola, sin que lo advierta, a un perfecto reposo, en donde suave e íntimamente le infunde su luz, su amor y fortaleza, encendiéndola e inflamándola con verdadera disposición para todo género de virtud.
121. Allí el divino Esposo, suspendiéndole las potencias, la adormece con un suavísimo y dulcísimo sueño. Allí dormida y quieta recibe y goza, sin entender lo que goza, con una suavísima y dulcísima calma. Allí el alma elevada y sublimada en este pasivo estado se halla unida al sumo bien, sin que le cueste fatiga esta unión. Allí, en aquella suprema región y sagrado templo del alma, se agrada el sumo bien, se manifiesta y deja gustar de la criatura con un modo superior a los sentidos y a todo humano entender. Allí el solo puro espíritu, que es Dios, no siendo la pureza del alma capaz de las cosas sensibles, la domina y se hace dueño, comunicándola sus ilustraciones y sentimientos necesarios para la más pura y perfecta unión.
122. Vuelta en sí el alma de estos dulces y divinos abrazos, sale rica de luz, de amor y de una estima de la divina grandeza y conocimiento de su miseria, hallándose toda divinamente mudada y dispuesta a abrazar, a padecer y a practicar la más perfecta virtud.
123. Es, pues, la sencilla, pura, infusa y pasiva contemplación una experimental e íntima manifestación que da Dios de sí mismo, de su bondad, de su paz y de su dulzura, cuyo objeto es Dios puro, inefable, abstraído de todos los particulares sentimientos dentro del silencio interno. Pero es Dios gustoso, Dios que nos atrae, Dios que dulcemente nos levanta con un modo espiritual y purísimo: don admirable que le concede su Majestad a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y por el tiempo que quiere, aunque el estado de esta vida más es de cruz, de paciencia, de humildad y de padecer que de gozar.
124. Jamás gustarás este divino néctar si no te adelantas a la virtud y a la interior mortificación, si no procuras muy de corazón establecer en tu alma una gran paz, silencio, olvido y soledad interior. ¿Cómo se ha de oír la interna y eficaz voz de Dios en medio de los bullicios y tumultos de las criaturas? ¿Y cómo se ha de oír el puro y divino espíritu en medio de las artificiosas consideraciones y discursos? Pero si tu alma no quiere continuamente morir en sí, negándote a todas estas materialidades y satisfacciones, no será otra cosa tu contemplación que una pura vanidad, una vana complacencia y presunción.
                                                                  
                                                                              Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo XIII