· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo XII ·


                                             · Capítulo XII ·

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88. Sabe que no darás un paso en el camino del espíritu mientras no procures vencer este fiero enemigo del juicio propio, y el alma que no conociera este daño no tendrá jamás remedio. Un enfermo que conoce su enfermedad sabe de cierto que, aunque tenga sed, no le conviene el beber, y que la medicina, aunque amarga, le aprovecha; por eso no cree a su apetito ni se fía de su juicio, sino que se sujeta a un experimentado médico, obedeciéndole en todo como a medio de su remedio. El conocer que está enfermo le ayuda a no fiarse de sí mismo y a seguir el acertado parecer del médico.
89. Todos estamos enfermos del achaque del amor y juicio propio; todos estamos llenos de nosotros mismos; no sabemos apetecer sino lo que nos daña, y lo que nos aprovecha nos desagrada y enfada. Es, pues, necesario usar el remedio del enfermo que quiere sanar, que es no creer a nuestros juicios y antojos, sino al acertado parecer del espiritual y experimentado médico, sin réplica y sin excusa, despreciando las razones aparentes del amor propio; que si de esta manera obedecemos, sanaremos de cierto y quedará vencido el propio amor, enemigo de la quietud, de la paz, de la perfección y del espíritu.
90. ¿Cuántas veces te habrán engañado tus propios juicios? ¿Y cuántas veces habrás mudado de parecer, con vergüenza de haberte creído a ti misma? Si un hombre te hubiese engañado dos o tres veces, no te fiarías más de él, pues ¿por qué te fías de tu propio juicio, habiéndote tantas veces engañado? No le creas más, alma bendita, no le creas; sujétate con verdadero rendimiento y sigue la obediencia a ciegas.
91. Estarás muy contenta por tener una guía experimentada, y aun lo tendrás a gran dicha, y será de poca importancia si estimas más tu juicio que su consejo y no te rindes en todo a él con toda verdad y sinceridad.
92. Adolece un gran señor de una grave enfermedad, tiene en su casa un célebre y experimentado médico, conoce éste luego la dolencia, sus causas, calidades y estado; y sabiendo de cierto que se sana aquella enfermedad con rigurosos cauterios, le ordena lenitivos. ¿No es un grande desatino? Si sabe que el lenitivo es de poco provecho y que el cauterio es eficaz, ¿por qué no se lo aplica? Porque, aunque el enfermo quiere sanar, conoce el médico su interior, y que no está dispuesto para recibir estas fuertes medicinas, y así le ordena prudentemente los suaves lenitivos, porque aunque con ellos no sana, se conserva para que no pase a mortal la dolencia.
93. ¿Qué importa que tengas el mejor director del mundo si no tienes verdadero rendimiento? Aunque éste sea experimentado y conozca el daño y el remedio, no aplica la medicina eficaz que más te importa para negar tu voluntad porque conoce tu interior y espíritu, que no está dispuesto para dejar desarraigar la enfermedad de tu propio juicio; y así no curarás jamás, y será milagro te conserves en gracia con tan fiero enemigo dentro de tu alma.
94. Despreciará tu guía, si es experimentada, todo linaje de mercedes, mientras no esté bien fundado tu espíritu; créele, obedece, abrazando el consejo, porque con ese desprecio, si el espíritu es fingido y del demonio, se conocerá luego la soberbia secreta, fraguada por el que remeda estos espíritu. Pero si el espíritu es verdadero, aunque sientas la humillación, te hará notabilísimo provecho.
95. Si el alma gusta de ser estimada y que se divulguen los favores que recibe de Dios, si no obedece y cree al director que los desestima, todo es mentira, y demonio el ángel que se transforma. Viendo el alma que la experimentada guía desprecia estos engaños, si es malo el espíritu, le pierde el cariño fingido que le mostraba y procura poco a poco apartarse de él, buscando otro a quien engañar, porque los soberbios nunca hacen compañía con quien los humilla. Pero al contrario, si el espíritu es verdadero y de Dios, con estas pruebas se dobla el amor y la constancia, tolerándolas, deseando más y más la propia desestimación; con que se califica sin engaño lo sólido del espíritu.

                                                                              Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XII