· Guía Espiritual · Libro II · Capítulo IX ·


                                             · Capítulo IX ·

Cómo la sencilla y pronta obediencia es el único medio para caminar con seguridad por el interior camino y para alcanzar la interior paz


66. Si de veras te resuelves a negar tu voluntad y hacer en todo la divina, el medio necesario es la obediencia, ora sea por el nudo indisoluble del voto hecho al superior en religión, ora por la libre lazada de la entrega de tu voluntad a una espiritual y experimentada guía de las calidades que acabamos de decir en los antecedentes capítulos.
67. No llegarás jamás al monte de la perfección ni al alto trono de la interior paz si te gobiernas por tu voluntad propia. Esta cruel fiera enemiga de Dios y de tu alma se ha de vencer. Tu propia dirección y juicio, como a rebeldes, los has de avasallar, disponer y quemar en el fuego de la obediencia. Allí se descubrirá, como en piedra de toque, si es amor propio o divino el que sigues. Allí en aquel holocausto ha de aniquilarse hasta la última sustancia tu juicio y tu voluntad propia.
68. Más vale una vida ordinaria debajo de la obediencia que la que hace por su propia voluntad grandes penitencias; porque la obediencia y sujeción, a más de estar libres de los engaños de Satanás, es el más verdadero holocausto que se sacrifica a Dios en el altar de nuestro corazón. Por eso decía un gran siervo de Dios que quería más coger estiércol por la obediencia que estar arrobado hasta el tercer cielo por su voluntad propia.
69. Sabrás que la obediencia es un camino compendioso para llegar presto a la perfección. Es imposible poder el alma alcanzar la verdadera paz del corazón si no niega y vence su juicio y rebeldía y para negarse y vencer su juicio, el remedio es manifestarse en todo con resolución de obedecer a quien está en lugar de Dios: Effundite coram illo corda vestra (Psal. 61). Porque de todo aquello que sale de la boca con verdadero rendimiento a los oídos del padre espiritual queda libre, seguro y exonerado el corazón. El medio, pues, más eficaz para hacer progreso en el camino del espíritu es imprimirse en el corazón que su espiritual director está en lugar de Dios, y que cuanto ordena y dice es dicho y ordenado por su divina boca.
70. A la venerable Madre Sor Ana María de S. José, religiosa franciscana descalza, le dijo Dios muchas veces: Que más quería obedeciese a su padre espiritual que a él mismo (Su vida, párr. 43). A la venerable Sor Catalina Paluci dijo el Señor un día: Debes ir a tu padre espiritual con pura y sincera verdad, como si vinieses a mí, sin buscar si es o no es observante. Sólo has de pensar que él es gobernado por el Espíritu Santo y que está en mi lugar. Cuando observaren esto las almas, no permitiré yo que ninguna sea de él engañada (Su vida, lib. 2, cap. 16). ¡Oh divinas palabras, dignas de estamparse en los corazones de aquellas almas que desean adelantarse en la perfección!
71. Reveló Dios a Doña Marina de Escobar que si a su parecer Cristo Señor nuestro la mandase comulgar y su padre espiritual se lo impidiese, tenía obligación de seguir el parecer del padre espiritual. y un santo bajó del cielo a decirle la razón, y era que en lo primero podía haber engaño y en lo segundo no (Su vida).
72. A todos aconseja el Espíritu Santo en los Proverbios que tomemos consejo y no fiemos a nuestra prudencia: Ne initaris prudentiae tuae (Proverbia, 3). Y por Tobías dice: que para acertar no te has de gobernar jamás por tu propio juicio, sino que siempre has de pedir parecer: Consilium semper a sapiente perquire (IV, 14). Aunque el padre espiritual yerre en dar el consejo, no puedes tú errar en seguirle, porque obras prudentemente: Qui judicio alterius operatur, prudenter operatur y Dios no da lugar a que yerren los directores para conservar, aunque sea con milagros, el tribunal visible del padre espiritual, por donde se sabe con toda seguridad cuál es la divina voluntad.
73. A más de ser esta doctrina común de todos los santos, de todos los doctores y maestros de espíritu, la afianzó y aseguró Cristo Señor nuestro cuando dijo que los padres espirituales sean oídos y obedecidos como su propia persona: Qui vos audit me audit (Lucas, 10). Y esto aun cuando sus obras no corresponden con las palabras y consejos, como consta por San Mateo: Quoecumque dixerint vobis facite, secundum autem opera eorum molite facere (cap. 2).

                                                                                 Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo IX