· Capítulo XVII ·
Cómo se ha de portar el alma en los defectos que cometiere para no inquietarse y para sacar fruto de ellos
124. Cuando cayeres en algún defecto, en cualquiera materia que sea, no te turbes ni te aflijas, porque son efectos de nuestra flaca naturaleza, manchada por la original culpa, tan propensa al mal que tiene necesidad de especialísima gracia y privilegio, como la tuvo la Virgen Santísima para quedar libre y exenta de veniales culpas. (Concil. Trid. Sess. 6, cap. 23).,
125. Si cuando caes en el defecto o negligencia te inquietas o alteras, es señal manifiesta que reina todavía en tu alma la soberbia secreta. ¿Pensabas que ya no habías de caer en defectos y flaquezas? Si aun a los más santos y perfectos les permite el Señor algunas leves caídas y les deja algunos resabios que tuvieron cuando principiantes para tenerlos más seguros y humillados y para que piensen siempre que nunca han pasado de aquel estado, pues están todavía en las faltas de los principios, ¿de qué te maravillas tú si caes en algún leve defecto o flaqueza?
126. Humíllate, conoce tu miseria y dale a Dios las gracias de haberte preservado de infinitas culpas en que infaliblemente hubieras caído y cayeras según tu inclinación y apetito. ¿Qué se puede esperar de la deleznable tierra de nuestra naturaleza, sino malezas, abrojos y espinas? Es milagro de la divina gracia no caer cada instante en innumerables culpas. Escandalizaríamos a todo el mundo si Dios continuamente nos tuviera de su mano.
127. Te persuadirá el enemigo común, luego que cayeres en algún defecto, que no vas bien fundado en el espiritual camino, que vas errando, que no te enmendaste de veras, que no hiciste bien la confesión general, que no tuviste el verdadero dolor y que así estás fuera de Dios y en su desgracia y si algunas veces repitieres por desgracia el venial defecto, ¡qué de temores, cobardías, confusiones y vanos discursos te pondrá el demonio! Te representará que empleas en vano el tiempo, que no haces nada, que tu oración es infructuosa, que no te dispones como debes para recibir la divina Eucaristía, que no te mortificas según lo prometes a Dios cada día, que la oración y comunión sin mortificación es una pura vanidad. Con esto te hará desconfiar de la divina gracia, representándote tu miseria y haciéndola gigante, dándote a entender que cada día se empeora tu alma, en lugar de aprovecharse, pues se ve con tan repetidas caídas.
128. ¡Oh alma bendita, abre los ojos y no te dejes llevar de los engañosos y dorados silbos de Satanás, que procura tu ruina y cobardía con esas razones falsas y aparentes! Cercena esos discursos y consideraciones, y cierra la puerta a todos esos vanos pensamientos y diabólicas sugestiones. Depón esos vanos temores y ahuyenta la cobardía, conociendo tu miseria y confiando en la divina misericordia y si mañana volvieres a caer, como hoy, vuelve más y más a confiar en aquella suprema y más que infinita bondad, tan pronta a olvidarse de nuestros defectos y a recibirnos en sus brazos como amorosos hijos.
Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro II, Capítulo XVII