· Guía Espiritual · Libro III · Capítulo XIV ·


                                              · Capítulo XIV·

                                                              Prosigue lo mismo

125. No siempre se comunica Dios con igual abundancia en esta suavísima e infusa contemplación. Unas veces se franquea más que otras y no aguarda tal vez que esté el alma tan muerta y negada, que como este don es gracia, le da cuando quiere, a quien quiere y como quiere, sin que en esto se pueda dar regla general ni poner tasa a su divina grandeza; antes bien por medio de la misma contemplación la hace negar, aniquilar y morir.
126. Tal vez da el Señor más luz al entendimiento, tal vez mayor amor a la voluntad. No necesita aquí el alma de fatigarse. Debe recibir lo que Dios la da y quedar unida como él la quiere; porque su Majestad es el dueño, y en el mismo tiempo que la adormece la posee, la llena y obra poderosa y suavemente en ella, sin su industria y sin que lo conozca, de manera que antes de advertir ésta tan gran misericordia se halla ganada, convencida y divinamente mudada.
127. El alma que se halla en este dichoso estado ha de huir de dos cosas, que son la actividad del humano espíritu y el apego. No quiere nuestro humano espíritu morir en sí mismo, sino obrar y discurrir a su modo, amando sus propias operaciones: es necesaria una gran fidelidad y desnudez de sí misma para llegar a la perfecta y pasiva capacidad de las divinas influencias. Los continuos hábitos que tiene de obrar con libertad la impiden su aniquilación.
128. La segunda es el apego a la misma contemplación. Debes, pues, procurar en tu alma una perfecta desnudez de todo cuando hay, hasta del mismo Dios, sin buscar en lo interior ni en lo exterior otro fin ni interés que la divina voluntad.
129. Finalmente, el modo con que de tu parte te has de disponer para esta pura, pasiva y perfecta oración es una total y absoluta entrega en las divinas manos, con una perfecta sumisión en su santísima voluntad, para estar ocupada a su gusto y disposición, recibiendo con igualdad y perfecta resignación cuanto ordenare.
130. Sabrás que son pocas las almas que llegan a esta infusa y pasiva oración, porque son pocas las capaces de estas divinas influencias con total desnudez y muerte de su propia actividad y potencias. Solamente aquellos que lo experimentan lo saben. Esta perfecta desnudez se alcanza mediante la divina gracia, con una continua e interior mortificación, muriendo a todas las propias inclinaciones y deseos.
131. En ningún tiempo has de mirar los efectos que se obran en tu alma, pero con especialidad en éste, porque será poner impedimento a las divinas operaciones que la enriquecen. Sólo ha de ser tu anhelo a la indiferencia, a la resignación y olvido, y sin que tú lo adviertas dejará el sumo bien en tu alma una apta disposición para la práctica de las virtudes, un verdadero amor a la cruz, a tu desprecio, a tu aniquilación, y deseos íntimos y eficaces de la mayor perfección y de la más pura y afectiva unión.

                                                                                   Guía Espiritual de Miguel de Molinos, Libro III, Capítulo XIV